martes

LA MÁQUINA

A El Saltador, así le gustaba llamarse a sí mismo, le faltaba sólo una cosa para sentirse absolutamente orgulloso de sí:
Haber inventado La Máquina. Eso era lo que decía siempre que tenía ocasión y, a veces, casi llegaba a creérselo. Era mentira. Las cosas son como son. La había robado. Hacía ya mucho tiempo, eso sí, y lo había hecho con tanta habilidad que ni se reflejó en el texto. ¡Aquel inocentón!
Los milagros y buenas palabras podían servir, sí. ¡La primera vez! Luego aburren, cansan. Él le daba mucho mejor rendimiento. Mejor que el que le hubiera dado un tipo capaz de morir crucificado en su propio relato, seguro.
El Saltador detuvo por un momento sus recuerdos. Se la había ocurrido una idea para empezar con su trabajo. Como homenaje a sus inicios, cometería una traición contra sus "compañeros", los Monarcas. Lo prepararía con cuidado; algo efectista, que subiera el tono de la novela, demasiado lenta para su gusto. Sí, una buena traición iría perfecta.
La sacó de un rincón de su mente y la dejó en el descansillo. Realmente era una máquina demasiado grande y pesada para llevarla encima tanto tiempo. Se pasaba de prudente.
Con ayuda de manos y brazos la introdujo en la casa, en lo que debía ser el comedor pero iba a ser la Habitación de la Máquina.
Mientras miraba su forma "Siempre Cambiante Pero No" reflexionó sobre lo fácil que sería esta vez. Ciencia-Ficción. Lectores ávidos e impresionables. Protagonistas valientes e inteligentes pero ingenuos. Iba a recargar La Máquina en menos tiempo que el bobo del Principito.

La Máquina. Zanah. 1.998